Va cayendo en las sierras
lindo el amanecer;
en la cumbre florecen
rosas del rosicler;
un jinete, los cerros,
lento trepando va
sin saber que de lo alto
nunca regresará.
Espera ansiosamente
al ser que no volverá,
su noviecita india
que no se resignará;
y al ver la espera vana
de aquel que a la sierra fue,
pide a la Pachamama
la guíe donde él esté.
¡Pachamama, señora,
dueña de la extensión,
llévame hasta mi dueño,
dame tu protección!
Y se interna en las sierras,
ágil como un jaguar;
trepa las altas cumbres
y llama sin cesar
invocando su diosa
la del indiano lar;
de rodillas, sangrando,
óyesele rezar:
Devuélveme, mi diosa,
aquel que perdido está,
o mata aquí mi cuerpo,
mi cuerpo sin alma ya.
Y al desgarrar sus ropas
los brazos al cielo alzó
y hacia la Pachamama
de nuevo su voz clamó:
¡Dónde, mi Pachamama,
dónde se depeñó,
en qué abismo ha caído
para arrojarme yo!